Sin moros en la costa

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Pilar Canicoba

27 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La costa gallega siempre fue escenario de incursiones hostiles. Además de Drake, comisionado por su reina para ser el Koldo de los mares, anduvieron por aquí turcos, berberiscos y los vikingos que son derrotados cada año en Catoira en medio del jolgorio etílico. El Gobierno quiso perpetuar esa tradición mediante un ataque a la ley gallega del litoral. Mientras con una mano le otorgaba sin reparos la gestión al PNV, con la otra se chivaba al Tribunal Constitucional de las pretensiones de la Xunta. Los respectivos estatutos dicen literalmente lo mismo, pero se impuso la ley del embudo.

Volviendo a aquellas razias de piratas y corsarios, la historia recoge la resistencia unánime de nuestros antepasados. Todos se sentían amenazados y todos respondían con las armas que tenían a mano «en las playas, en los campos y en las colinas», anticipándose a la célebre arenga de Churchill. Eran otros tiempos porque en el episodio que comentamos hubo colaboracionistas que prefirieron ponerse del lado del invasor y dejar a Alfonso Rueda solo ante el peligro. Quienes necesiten todavía alguna explicación adicional sobre su triunfo en las urnas pueden repasar el comportamiento de la oposición en el asunto.

El nacionalismo que aboga por la futura república galaica no quiso que la Galicia costera del presente dejara de ser dependiente de despachos situados a 600 kilómetros de distancia. Dejó en manos del PP la defensa de los derechos de los miles de gallegos que viven del mar y con el mar. No supo el soberanismo verbal superar ese reflejo condicionado que lo obliga a rechazar todo. Si Drake hubiese contado con apoyos parecidos en la retaguardia, Vigo y A Coruña serían hoy enclaves de la corona británica y Celta y Dépor jugarían en la Premier.

La oposición socialista confundió su papel en el pleito con el que le compete a la Delegación del Gobierno. La honrosa excepción fue Valentín González Formoso, habituado a defender contra extraños y propios los intereses de As Pontes, pero prevaleció la tesis de que la norma de la Xunta equivalía a una declaración de independencia por capítulos que, desde el litoral, avanzaría inexorable hacia el interior.

Alfonso Rueda pudo haber proclamado en el Parlamento la desconexión costera, para después ponerse el casco, coger la moto y refugiarse al otro lado del Miño, en Valença, montando allí una Xunta en el exilio. No lo hizo. Optó por quedarse y pelear con la munición que proporcionan el Estatuto y la Constitución. La batalla no se da en las torres de Catoira, sino en el Constitucional que finalmente declara la derrota del último acto de piratería que sufren nuestras costas. Fue más épico lo de los vikingos, pero esta gesta merecería ser rememorada en el futuro con otra romería estival. Ahí queda la idea.

Sánchez, como Xavi

O Costa o Xavi. Sánchez podía elegir entre dos estilos de decir adiós. Costa es Antonio Costa, primer ministro luso que se va sin ruido, sin epístolas melodramáticas al pueblo, sin ataques a la Justicia, ni exorcismos a la extrema derecha. También es socialista, pero de una catadura moral diferente. Lo del entrenador es un paripé que busca que lo aclamen para volver al banquillo, como así ha sido. Eligió el modelo Xavi. Lo mezcla con un argumento sacado de la historia negra de España: las conjuras, antes judeomasónicas y ahora ultras, que excomulgan a cualquier discrepante. Incluso una investigación judicial a la primera dama (una infanta la tuvo, en medio del aplauso de los que veían en la actitud del juez un desafío a los privilegios de casta), se presenta como acoso infame. Tras practicar la lucha libre, sin reglas ni escrúpulos, Sánchez se queja de que sus adversarios no pongan la otra mejilla. O eso o quedan como extremistas. Por seguir la tradición, la plaza de Oriente sería idónea para un acto de adhesión inquebrantable.

Quisiera verte y no verte, ay

El socialismo gallego que anda de congreso tiene en Galicia un problema parecido al del PP en España. Ambos cargan con parejas incómodas a las que podrían recitar un poema que encaja a la perfección en sus tribulaciones. «Quisiera verte y no verte, quisiera hablarte y no hablarte, quisiera no conocerte, para poder olvidarte, ay». Es más largo, como saben, pero esta rima es suficiente para entender que el BNG es para el PSdeG, lo mismo que Vox para el PP nacional. Son socios y al tiempo rivales. Se disputan electorados contiguos, pero han de entenderse de alguna forma. Los de Besteiro lo han logrado en lo local y provincial donde la política es de proximidad, pero en lo autonómico es más complicado. Que se lo digan a Touriño. ¿Cómo conciliar, por ejemplo, las ideas industriales, lingüísticas o identitarias? Si el nuevo PSdeG que echa a andar se deja simplemente llevar en estos y otros temas, acabará siendo un partido superfluo o subsidiario y nunca lo fue en la historia democrática de Galicia. Ese peligro existe, ay.