Piedras judías después bautizadas

Xosé Luis Barreiro Rivas
Xosé Luís Barreiro Rivas LEYENDO LAS PIEDRAS

OPINIÓN

Manuela Mariño

26 abr 2024 . Actualizado a las 12:41 h.

En un país tantas veces visitado, en el que dejaron huella material y moral las tres religiones monoteístas, es lógico que las iglesias, mezquitas y sinagogas se fuesen transformando al ritmo de las conquistas y las migraciones. Por eso hay en Toledo una mezquita del siglo X, la de Bab al-Mardum, que ahora es la iglesia del Cristo de la Luz; dos sinagogas de los siglos XII y XIV, bajo las advocaciones de Santa María la Blanca y Del Tránsito (la Asunción); y una grandiosa catedral, del siglo XIII, que se asienta sobre las ruinas de una mezquita.

Toledo es un abigarrado museo de culturas que a veces fueron dominantes y otras convivieron en paz y equilibrio estable, pero siempre sin mezclarse, ya que la entidad de sus barrios estaba muy definida y con espacios fortificados intramuros de la ciudad. Así se explica que la tolerancia que hubo entre las tres culturas durante la Reconquista y hasta el siglo XIV chocase finalmente con la formación del Estado moderno, que, al unificar y reunir todo el poder público, impuso una pauta común que las identidades religiosas no pudieron asumir.

La sinagoga de Santa María la Blanca, bellísima en su interior y austera al exterior, fue construida en 1180, en estilo mudéjar, por alarifes árabes. Sus cinco naves —separadas por cuatro arcadas de fustes octogonales, capiteles geométricos y vegetales, y arcos de herradura califal— le dan un aire de mezquita. La planta es irregular, con medidas entre 26 y 28 metros de largo, y entre 19 y 2 de ancho, con alturas diferentes que culminan en la nave central. En su parte baja, salvo los capiteles, carece de ornamentación, y define un espacio acogedor y excelso. Pero la parte alta, sobre los arcos, está profusamente decorada con dos frisos de yesería que en el primer nivel son geométricos, mientras que en el segundo se tallaron arcadas polilobuladas ciegas y puramente decorativas. Los techos, independientes para cada nave, son cimbras de madera delicadamente trazadas, que cierran un conjunto de extraordinario mérito. El hejal de esta sinagoga se adaptó como presbiterio abovedado para la iglesia, en el siglo XVI, aunque el respeto con que se trabajó permite observar su estructura original, iluminada por un ajimez con dos arcos de herradura.

La sinagoga del Tránsito se construyó en 1355, con permiso de Pedro I, cuando el Código de las Siete Partidas ya prohibía levantar sinagogas. Más pequeña que la de Santa María, tiene planta de salón rectangular, de 23 metros de longitud, 9,5 de ancho y 17 de altura, que, al mostrarse en un solo volumen, no desmerece en grandiosidad a su melliza. Los muros laterales son blancos y lisos hasta el último tercio de altura, donde la profusa decoración se abre con un friso geométrico intensísimo, sobre el que trazaron una galería de ventanas, alternativamente ciegas y abiertas —estas últimas con losas caladas—, que proporcionan una luz cenital de maravillosos efectos. La cubierta se resuelve con un grandioso artesonado, de ingeniosa estructura y deliciosa plana, que cierra un conjunto bellísimo. La cabecera está decorada en su totalidad, y conserva un hejal ajimezado de tres arcos, mientras en la parte más alta da continuidad a las galerías laterales y a un ajimez abierto a la luz exterior. Y en el exterior del recinto conserva un mikve —pozo de abluciones de agua corriente— para baños rituales. Esta sinagoga fue convertida en iglesia de San Benito por la Orden de Calatrava en 1492, y la advocación del Tránsito llegó en el siglo XVII, cuando Juan de Correa pintó el cuadro que la preside.

Las dos mezquitas sufrieron usos inapropiados en los siglos XIX y XX, hasta que en la década de 1950 fueron restauradas y abiertas al público. Desde 1964, el recinto del Tránsito acoge también el Museo Nacional Sefardí.